Un hombre y una mujer exigen a los dueños de la mascota un rescate de 500 euros. El operativo incluyó pinganillos, micros ocultos y una furgoneta camuflada en el barrio más conflictivo de la ciudad.
Para A. y J. perder a Mika, su pequeño loro hembra de cinco meses, fue una tragedia. Y de las gordas. La ilusión de la vida de A. siempre había sido tener un ejemplar, así que desde el primer momento el matrimonio estuvo dispuesto a acceder a una extorsión para que regresara pese a la sacudida económica que les ha dado el coronavirus. Todo por recuperar a Mika, que en un descuido salió de su casa y fue a parar a la de una pareja que quiso hacer negocio.
A. y J. tenían que pagar 500 euros. De no hacerlo, les dijeron, no lo volverían a ver. Y ellos no lo pusieron en duda porque Mika estaba en la zona más conflictiva de Alicante, una que tiene sus propias leyes y el sello de una delincuencia que la Policía mantiene a raya aunque a veces se rebele indómita.
Esta historia arranca hace un mes y medio, en pleno confinamiento, con la salida de Mika de su hogar, la desesperación de A. y un dispositivo sin precedentes de la Policía Nacional para traer de vuelta al animal que incluyó pinganillos, micrófonos ocultos, furgonetas camufladas y mucha implicación. Mika estuvo con sus ‘secuestradores’ (un hombre y una mujer) hasta hace dos semanas.
Antes de acudir a los agentes, A. decidió poner un cartel en varios comercios con una foto de su mascota pidiendo ayuda para encontrarla. Cometió el error de acompañar el escrito con su número de teléfono y, paradójicamente, ese error fue el camino para recuperar a Mika aunque el peaje que pagó fue caro: muchos días de angustia, de llamadas frías, de conversaciones que no iban a ninguna parte y de comprobar, a través de imágenes, cómo su loro se iba «consumiendo».
El primer contacto telefónico llegó a los pocos días de que A. llenara su barrio y las zonas aledañas de papeles con sus datos. Al otro lado del teléfono hablaba una mujer. La conversación fue abrupta. «Me dijo que se la habían vendido unos rumanos, nos pedía 500 euros y le dije que no teníamos ese dinero», cuenta A., que en ese momento ni se planteó discutir por qué debía pagar por un animal que era suyo. No lo tenían, efectivamente, porque ella estaba incluida en un ERTE en su empresa de limpieza y su marido también pero estaban dispuestos a reunirlos. Querían pagarlo a plazos. De 50 en 50 euros. Y así hasta completar la suma. Un disparate que, por fortuna, la Policía atajó a tiempo, en el clímax de su desesperación; cuando decidieron denunciar ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo.
Los agentes nunca dieron por perdido a Mika. Ni tampoco desatendieron los desvelos de sus dueños sino que empezaron a diseñar un dispositivo nunca antes visto en casos de esta naturaleza. El desconsuelo de la pareja, sobre todo el de A., fue a más cuando recibió fotografías de su mascota. «La tenían en una jaula pequeña, en malas condiciones y a mí me dio un vuelco el corazón». El animal todavía se alimentaba de papilla que A. le daba con mimo a diario porque, como insiste varias veces, Mika era casi lo primero. «Veía que estaba más delgada, que parecía triste. Fíjate que ha pedido un kilo y medio y yo ya no sabía qué hacer». Al final, decidieron acudir a la Policía, que puso en marcha un operativo espectacular.
A. fijó un encuentro con la mujer que la extorsionaba pese a saber que el estado de alarma prohibía salir de casa. A la ‘secuestradora’ poco le importaba el confinamiento. La cita se produjo en la calle más peligrosa del barrio, famosa por reyertas y tiroteos y donde controlar el confinamiento ha sido bastante más complicado que en el resto de la ciudad.
A. iba con un pinganillo que la conectaba directamente con una furgoneta camuflada de la Policía, que la vigilaba de cerca. Vio venir a la secuestradora con Mika dentro de una jaula. «Hasta que no me des el dinero no te doy el loro», le dijo. «En ese momento escuché por los cascos que llevaba que uno de los policías me decía ‘sólo dí sí o no, ¿tiene el loro?’ y yo dije sí».
En menos de un segundo, los agentes salieron de la furgoneta y aparecieron otros para cubrirlos. «La calle se llenó de policías. Aparecieron un mogollón», recuerda A. Y no olvida la última frase de la mujer que tenía a su loro. «Me dijo ‘sabía que me la ibas a liar’. Pero en ese momento a mí ya me temblaba todo y sólo quería coger a Mika, llevarla al veterinario y que volviera a casa con nosotros». A. está más que agradecida a los agentes. «Gracias a ellos la hemos recuperado. Desde el primer momento se tomaron muy en serio nuestro caso y les estaremos eternamente agradecidos. La verdad es que todo fue genial y el trato impecable». Mika ha vuelto a casa.